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El Quinto Elemento

 

Esta sección del diario La Prensa está llena de inquietudes de ciudadanas y ciudadanos panameños que abordan los problemas que aquejan a nuestro país. Una y otra vez alguien, con el don de la pluma, el conocimiento de la ley o la sabiduría de la historia y la filosofía aborda los temas de corrupción, violencia, pobreza, injusticia, violación a los derechos humanos, la ineficacia e incompetencia de nuestros gobernantes y líderes de la comunidad.
Los titulares y el tono de la mayoría de las noticias me arrastran a recordar la frase de un amigo: “el proyecto de la humanidad ha fracasado”. Hasta hace poco pensaba que si no había fracasado estaba a punto de hacerlo. Es casi inevitable sumarse a esta desesperanza cuando observamos lo que nos hacemos los unos a los otros, lo que le hacemos al planeta y cómo nos empeñamos en nuestra autodestrucción.
Desde que nace el ser humano busca la felicidad. Estado de ánimo del cual se nos enseña que es en gran parte inalcanzable y efímero. Pero en realidad la felicidad no es tan evasiva ni tampoco efímera, aunque en el mundo que hemos creado es difícil de alcanzar. Un mundo donde se mide la felicidad en base al placer, la comodidad, el materialismo, el facilismo, la tecnología y la ciencia, la intelectualidad morbosa y la arrogante ignorancia de muchos eruditos, y donde a su vez no existe la equidad.
Einstein decía que para resolver sus problemas, el hombre no podía aferrarse a los métodos utilizados cuando los creó; su nivel de conciencia tenía que elevarse. En el mundo occidental tenemos más de 200 años de estar observando los intentos de la civilización fracasar una y otra vez, y aún cuando en abstracto los objetivos de libertad, igualdad y fraternidad son las aspiraciones correctas para el avance de la especie, éstas se quedan en el papel porque el sentimiento que motiva su ejecución está ausente en la mayoría de los casos.
Me refiero al sentimiento del amor. Sí, esa palabra a la que tememos porque puede ser cursi, es íntima, privada, intangible, o por aquello de que “todo el mundo quiere a su manera y con eso no te metas”. Nada de esto es verdad, es una falacia y una excusa cómoda creada también por nosotros, porque querer a seres extraños no es cosa fácil, sobre todo cuando padecemos de un desamor propio. Esto se evidencia en el mundo entero sin excepción alguna, aunque en algunos países las manifestaciones son más crudas, pero no menos profundas dependiendo de su condición cultural y económica. Es preciso entender que ni la ciencia ni la cultura ni la religiosidad ni el conocimiento ni la tradición ni la soberanía ni las búsquedas de identidades ni los movimientos sociopolíticos sirven de nada si el motor detrás de ellos es el ego. Dice San Pablo: “Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha”. Corintios 13.
Al sucumbir a los placeres del cuerpo y del ego, los seres humanos nos hemos conformado con la mediocridad. Como dijera la futurista Barbara Marx Hubbard, somos como mariposas que no terminan de salir del capullo. Porque no es cosa fácil cambiar la naturaleza humana, aunque si nos tomáramos el tiempo de analizar el trabajo y esfuerzo que requiere el logro espiritual vs. el logro económico, veremos cuál nos pide más. Este es nuestro gran reto. Esta es la clave de nuestra sobrevivencia, como bien dice el teólogo brasileño Leonardo Boff: “…requerimos paciencia con el ser humano. El no está todavía listo. Tiene mucho que aprender. En relación al tiempo cósmico posee menos de un minuto de vida. Pero con él la evolución dio un salto, de inconsciente se hizo consciente. Y con la conciencia puede decidir qué destino quiere para sí. En esta perspectiva, la situación actual representa un desafío antes de que un posible desastre, la travesía hacia un escalón más alto y no un zambullirse en la autodestrucción. ¿Pero habrá tiempo para tal aprendizaje?”. Vivimos en tiempos realmente aterrorizantes donde la especie nunca ha estado tan cerca de aniquilarse a sí misma, y donde pareciera que “el proyecto de la humanidad ha fracasado”, pero también creo que vivimos en momentos fascinantes y prometedores donde nuestro intelecto y nuestra capacidad de materializar nuestra imaginación nos llevarán a descifrar la mente de Dios. Reacomodar nuestra naturaleza y resucitar nuestra esencia superior es posible. Esa capacidad es parte de nuestra composición. Nacemos con ella, sólo que se nos olvida porque en realidad está tan presente, pero no debemos olvidar que si de nuestras mentes brotan las ideas para crear un mundo mejor, entonces del alma puede brotar el amor para echarlas a andar. Es así de sencillo y así de difícil.
La autora es cineasta y directora de Fundamujer
Publicado en la prensa Junio/2002

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